Genialidades culinarias más humildes que el bicho y el tsuru de AMLO juntos

Voy en mi viejo gran marquiz del 2000 con asientos de piel partida color café, un mugriento tablero que vio mejores tiempos, mis manos sostienen diestramente el asqueroso volante cubierto con capas de grasa, sudor y otros fluidos corporales mientras suena en la radio “danzed and confused” de Led Zepellin, esa canción siempre me ha dado la sensación de que algo pasara.

Buscando un lugar para comer y una buena bebida que lave mis pecados, recorro la ciudad durante mis tiempos libres, mucha comida actual parece un viaje de LCD culinario con ingredientes excéntricos y caros, pero la parte fácil de vivir en una ciudad tan grande es encontrar un puesto de comida, a donde quiera que veas encontraras algo. Pero para conocer la verdadera influencia de la comida, debemos ir a los orígenes de quien la prepara.

¿Qué clase de comida son los nachos, la chimichanga y esa burla que llaman taco envuelto en una tostada?, la comida con actitud tiene que hablar por la gente a través de sus manos y su esfuerzo diario, no es algo que salga de una fría maquina y se comercialice en cajas con un inerte color gris y un logotipo que me hace sentir menos miserable con sus colores brillantes.

Hoy iré más allá, olvidare las cantinas, los restaurantes pretenciosos e incluso los locales de más de unos cuantos metros cuadrados y por un momento, iré a aquellos lugares que se visitan unos días antes de la quincena.

Mi primera parada, es antes de ver a uno de mis clientes, las migas en Tepito, en la calle de Toltecas, cualquier lugar de comida que se respete debe abrir a las 8:00 de la mañana o antes, ideal para crudos y trasnochados, Tepito jamás duerme, gente en movimiento en cualquier hora del día, aunque el popular lo llame un barrio bravo, en pocos lugares me siento tan cómodo, ya que vengo de un lugar similar y “perro no come perro”.

Con frío, temblor en las manos y un leve dolor de cabeza, encuentro lugar en una mesa, al poco rato se llena de diableros, albañiles, ancianos, niños y oficinistas, pero el verdadero sello de confianza y garantía es cuando llegan las señoras de delantal a cuadros frotándose las manos y babeando mientras saludan por nombre al personal. Mi plato llega, con mucho hueso y pan como me gusta, no solo para darle cuerpo al caldo, sino también al vómito cuando la cruda así lo demande.

Unos de sus orígenes más populares, es en la época post-revolucionaria, donde el país moría de hambre, y la guerra comenzó el día que un hacendado perdió sus derechos, además, todo cambio que valga la pena tiene sus sacrificios y uno de los nuestros, fue la hambruna, donde siempre se romantiza la lucha del oprimido (siempre y cuando la elite lo permita), pero nunca nos dijeron que el ejército revolucionario era como una nube de langostas que arrasaban todo a su paso, comiendo, robando y violando todo lo que hiciera sombra.

Cuentan algunas historias que la gente tenía que comer perros, gatos y ratas para sobrevivir, ahí es donde una comida tan noble como lo son las migas llegó, analizando los ingredientes más importantes de la receta, huesos, pan duro y agua, desperdicio en casi cualquier contexto, la salvación en la necesidad, un México roto por el conflicto, podría decirse que volvimos a nacer de las cenizas de los huesos y el trigo.

Gran parte del éxito de las migas, ya que viene muchas personas de otros lados a probarlas, es el sabor y la simplicidad en ellas, cada bocado nos remonta a una etapa de nuestra vida, no solo la grasa, el picante o el pan, todos recordamos a alguien que hacia un platillo similar o una anécdota que nos marcó relacionada a un sabor, y si no es el caso, es porque te hace falta salir más.

Termino mi plato, y solo me cuesta cuarenta pesos o cerca de cincuenta picafresas, me despido de don José que esta como cualquiera a su edad, trabajando.

Recorro la ciudad hasta mi próxima cita con mi otro cliente, el cielo esta inusualmente limpio, hasta me siento culpable de estar tan deprimido en un día tan soleado, doy vueltas por la ciudad vagando, recordando a aquella buena amiga que no sabía salir a caminar en la ciudad sin rumbo fijo, he abandonado tantas cosas que ya ni siquiera sé si soy realmente yo, o soy otra persona, sé qué hace viento y calor pero no puedo sentirlo, es como si viera la vida a través de una pantalla de televisión, supongo que por hoy podre esquivar mi corazón , pero habrá un día que me alcanzara, y ese día pagare todos mis pecados.

Estando a un par de cuadras de mi destino, suena mi celular, no reconozco el número, lo dejo sonar un par de veces preguntándome si debería contestar… contesto. “me lo dijiste, pero no te hice caso hermano, sácame, estoy aquí en el “Little bull” cerca de metro Tacuba, no quiero estar para la hora de la orgia grupal”. Asentí con la cabeza y reí: “no será la primera a la que asistes… no tardo”.

Cancele la cita con mi cliente, apele a las complicaciones de una resaca ya que pertenecemos a la hermandad del alcohólico funcional, no tuvo problema, así que reagendamos, tomo la vía panorámica, unos minutos extras en la banca no le harán daño, no mentiré al decir que despertó mi curiosidad.

Sobre la calzada México-Tacuba me voy tragando todos los semáforos como líneas en día de pago, en la radio se escucha algún perdedor dando discursos motivacionales, pero en mi cabeza suena “american pie” y no puedo evitar tararear “no ángel born in hell could break that satan spell”.

Llego, me estaciono en cualquier lugar libre, entro, me identifico, pago, e identifico por quien vengo, me aburren con los detalles de su detención y terminan con un discurso moral y una leve amenaza legal, pago y lo dejan salir, algo así como ir al supermercado con la excepción de que no se la pasan siguiéndote y revisándote al salir, por alguna razón, me mimetizaba a la perfección, es más difícil pedir una devolución en una tienda departamental que sacar una persona encerrada.

– ¿Por qué tardaste tanto? Me cago de hambre, vamos por algo de comer

Sin saludarnos ni usar ninguna formalidad previa que solo se obtiene con años de amistad, empezó a hablar mientras caminábamos, sin preguntarle nada, con una risa nerviosa envuelta en una voz temblorosa y alterada por la emoción que causa salir a la libertad me decía:

“Tenía que hacerlo, en serio, solo tenía que sacarlo de mi sistema, no tenía opción, si no lo hacía, hubieras ido a la morgue por mí y no aquí, ¿Qué esperabas que pasara? ¿Qué la perdonara después de engañarme con mi hermano? Ni que fuera una ridícula telenovela”.

Seguía alterado, podía notarlo por sus movimientos erráticos y su voz a punto de romperse, en ese punto, tenía más dudas que respuestas, no sabía con exactitud que decir o preguntar primero, así que solo pude tratar de apaciguar su conciencia con las palabras “dos de tripa y dos de hígado en platos separados, uno y uno”.

Empezó a comer como si los tacos fueran pastillas, sé que en ese estado solo comes sin saborear, y después llega el momento del arrepentimiento, como Peter Parker después de devorar a Mary Jane en “Marvel zombies”, los demonios parecían ceder, después del tercer taco, la tranquilidad regreso a su voz, “le di todo y no fue suficiente, regrese a casa y estaba empiernada con ese maldito bastardo, le hundí el maldito ojo con mi pulgar, le di una patada en los huevos y antes de salir tomé a su quería mascota y la metí al microondas (en mi cabeza solo podía preguntarme como había salido de esa sin tener ninguna repercusión, lo cual contesto como si me hubiera escuchado) “mi hermano no hizo una denuncia, por miedo a que alguien de la familia lo supiera y perdiera todos sus privilegios y lo del hámster, se rieron y dijeron que algo así ni siquiera era considerado una mascota, algo así como un ser sin alma”.

Al final por tecnicismos y suerte salió, o sea la definición exacta de justicia, callamos por un segundo, viendo hacia la nada llena de gente y sin más, solo dije: “Para ser sincero, es una vergüenza, por un segundo me diste asco, te desconocí, solo por ser mi amigo y te conozco desde siempre, puedo perdonarte que hayas caído en el mismo lugar donde estuvo el vocalista de Zoé”.

Aquí en Lago Gascasonica, en la taquería “mi luchita”, tal vez no haya encontrado mi redención, pero ahora conozco a alguien que sí.

 

 

 

 

 

Autor

Licenciado en Sociología por la UNAM, Supervisor Editorial en Conejo en la Luna | guillenife20@gmail.com |  Otras publicaciones del autor